miércoles, 25 de septiembre de 2013
Del Otro lado del Andén
El silbido del tren sonaba a lo lejos, en la estación varias personas esperaban de pie sobre el andén. Algunos irían solo hasta la próxima parada, otros en cambio se dejarían llevar hasta el destino final de la locomotora y sus vagones.
Sentada y con la mirada perpetuada en las vías Juliana observaba cada una de las mismas, buscando quizás el brillo enceguecedor que produce el sol cuando sus rayos se reflejan sobre el acero.
El lugar escogido por la joven fue el primer banco del andén, desde el podía mirar a todas las demás personas que también esperaban ansiosas, ella sabía que antes de un viaje los nervios eran moneda común en los hombres, pensaba en el delicioso pero molesto cosquilleo en su estomago cuando allá en su niñez se preparaba para volar junto a su padre.
Levanto la mirada y fijo sus ojos en una pareja, que tomados de la mano estaban como ausentes del mundo, Juliana pensó en el hechizo que genera el amor. Hechizo frágilmente permeable que a veces no es más que una mera ilusión y otra veces el motor del mundo.
Un hombre permanecía aislado en el rincón, justo al lado de la ventanilla, que con sus vidrios entre sucios y añejos reflejaban una imagen ambigua del sujeto que movía su pie como pateando alguna piedra existente solo en su mente. Evidentemente estaba nervioso. La joven observaba, el se acerco a una mujer que sostenía una cartera descuidadamente, Juliana hizo un cálculo acelerado, en dos minutos el robo sería perfecto dentro de su propia imperfección. Y así fue el ladrón empujo a la mujer y le sustrajo la cartera nadie intento interponerse en el camino acelerado del punguista.
El altoparlante de la estación anunciaba la pronta llegada del tren. En ese momento se paró un anciano que llevaba un bastón y un portafolio marrón algo gastado en sus orillas, la muchacha lo miro de soslayo, un viejecito con ropa antigua que seguramente había estado con sus nietos y que tal vez supo sentir la indiferencia de su hijo, quizás alguna vez escribió una novela jamás publicada y ahora en el ocaso de su vida sentía el dolor penetrante de la soledad esa amiga inseparable que se aferra al hombre cuando las ausencias van llenando su vida.
Sin darse cuenta Juliana cruzo la mirada con una joven, sintió desprecio por ella, era gorda, desordenada, una de esas mujeres que dicen no son las agraciadas de la belleza, en un segundo la cara de Juliana fue la mueca más hermosa del espanto, era ella, ella, ella, ella misma que se estaba mirando en un espejo del otro lado del andén.
La locomotora se acercaba, cuando comenzó a ingresar a la estación una sombra voló a su encuentro, la joven se arrojo a las vías. Nada pudo hacerse Juliana se había despedido del mundo y de la vida.
Federico Espinosa.
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Me gustó estimado Federico, es una veta que debes explorar y explotar, felicitaciones.
ResponderEliminarCoincido con Gabriel, me gustó. Abrazo
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