martes, 2 de abril de 2013

AUSENCIA 2 DE ABRIL




Los domingos son un día sagrado para mi mamá, ella nos espera a todos a la misma hora y en el mismo lugar, y ninguno de nosotros falla a la cita, a la extraña espera que parece estancada en el tiempo.
La mesa tiene un mantel blanco con rosas rojas bordadas a mano que a pesar de los años está siempre como nuevo, las sillas están acolchadas con los antiguos cojines de nuestra niñez y los platos hechos de porcelana blanca con unos jilgueros que parecen piar eternamente, y luego los vasos hechos de un duro cristal posan al lado de las servilletas que llevan un extraño escudo y las iniciales de nuestros nombres.
Hoy es domingo he inicio el peregrinaje hacia el departamento de mi madre, mientras viajo sentado frente a la ventanilla de un viejo colectivo de línea, algo dentro mío me dice que llegare tarde entonces imagino que mis hermanos ya están sentados, esperando en silencio a que yo llegue y tome mi lugar en la mesa frente al vaso y a la servilleta que porta mis iniciales, seguramente mamá me preguntara -¿Por qué has llegado tarde?- y todos esperaran mi respuesta, para que luego comience el sonido de los tenedores acariciando los platos que yacen llenos de unos  ñoquis cubiertos con una salsa roja, que mi padre mezcla con el pan, sentado en la esquina de la mesa como un digno guardián de la familia, que come respetuosamente frente a él. Mamá siempre me sonríe, soy su pequeño, aunque ahora este haciendo el servicio militar para comenzar el camino de la hombría.
 Luego del almuerzo siempre me duermo sobre sus rodillas, y siento sus caricias en mi pelo, a pesar de cronos y su indomable paso siempre estaré como un niño en su regazo.
Los gritos son aterradores, pequeñas balsas que flotan en el agua, el estridente ruido del metal cediendo a la presión del indomable mar del sur, el capitán hundiéndose gloriosamente junto al Manuel Belgrano, las olas gigantes me alejan de todo, la fuerza se agota, el frío y el agua van congelando mi cuerpo, los latidos del corazón se van apagando, mis ojos comienzan a hundirse y mi alma viaja en colectivo a disfrutar un domingo junto a mamá.

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