Uno se sienta a escribir
como si al hacerlo
esperara un milagro,
una resurrección,
un hecho inexplicable;
sin embargo
uno escribe
con el sudor en la frente,
con el alma escapándose del cuerpo,
con la furia de aquel
que aun no entiende el mundo,
uno escribe
con la resignación
de escribir
para el silencio,
y aun así
uno continua tejiendo palabras
con la paciencia de una araña,
con la quietud del agua estancada,
con la fuerza de la sangre
que fluye como una lava
ardiente
cuando uno comienza
el largo camino
del poema.
jueves, 28 de julio de 2011
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