lunes, 26 de septiembre de 2016

Opinión de Horacio Beascochea sobre Intemperie.

Intemperie, de Federico Espinosa

Ante todo y se lo dije a Fede charlando, me sorprendió la invitación a participar de esta presentación. Más allá del halago de que haya pensado en mí para acompañarlo, me sigo preguntando sobre mi autoridad para hablar de poesía. Y no es falsa modestia, lo considero un género muy difícil, de una lucha absolutamente desigual, quizás porque a mí me es más sencillo combinar palabras para contar historias. ¿Pero quién dijo que la poesía no puede contar historias?
Algo de esto hay en Intemperie.
Según el diccionario (o cementerio de las palabras como plantearía Cortázar) Intemperie se significa la desigualdad del tiempo. También, como alocución adverbial, es “a cielo descubierto, sin techo ni otro reparo alguno”.
Y las dos definiciones se aplican a la obra de Federico. De algún modo  Intemperie es una denuncia  y no solo contra el tiempo. También contra las desigualdades. Las propias ante un devenir que no se detiene y ante la imposibilidad de explicar o acercarnos a eso que de manera convencional llamamos realidad y con lo que hacemos un pacto de vida.
Hay en la obra también una mirada que se posa en la hamaca de una plaza, que puede llegar a ser fantasmal, un perro, el silencio o los gorriones, el amor y esa cosa de buscar uno dentro de otro/dos para quemar el mundo, dos para soñar.
Pero por sobre todo, Intemperie es una obra de contrastes y de denuncias. El flâneur de Benjamin, paseante que recorre las ciudades y señala lo que otros no ve o no quieren ver porque incomoda. Pero también es capaz de maravillarse con un charco de agua marrón y encontrar un poema escrito en una calle. Bueno, supongo que por eso es poeta.
Intentar esbozar esta breve introducción, me llevo a preguntarme qué es la poesía. Sin dudarlo intuyo que es aquello que nos permite transitar, denunciar y esbozar el tránsito por esto que llamamos mundo, aunque haya otros que no vemos y que convivan con el nuestro. Es esa palabra que nunca hallaremos y seguimos buscando para demostrar un estado (no de Facebook), pero sí de la vida, ese instante que nos conmueve, la ineludible necesidad de confiarla en un verso.
Buena parte de Intemperie interpela a Neuquén, ciudad de contrastes si las hay. ¿Se puede trazar algo en común que identifique a las y los neuquinos? Yo no me atrevo, más allá de una construcción que puede echar mano a elementos icónicos y entronizados desde algunos círculos de poder.
 Igualmente, si tuviera que señalar algo, sería el viento, ese que en Ojos cerrados, cubre de arena las calles/le tapa los sueños a los ojos de la niña/le entierra la vida. No es un viento cualquiera. Se ensaña con los que menos tienen. Solo hay que verlo. Y Federico lo ve.
Intemperie cuenta algo de eso y me atrevo a escribir cuenta, a pesar de que es un libro de poesía. En ciudad claroscura pueden verse las casillas de las tomas/envueltas con bolsas negras/cobijan a los niños. En el mismo poema también irrumpen en el espacio paseantes en autos de alta gama, abuelos con sus caniches toy y mujeres que hacen ejercicio. Hay algo de cielo e infierno en esta ciudad/solo quisiera saber quiénes son los ángeles/y quiénes son los demonios, se pregunta el poeta.
También hay varios poemas le hablan a la meseta, esa Neuquén de la pobreza y las tomas, los carros de cartoneros, las casillas precarias que se queman con el afán de engañar al frío y perder la vida en ello, en tiempo de tarifazos impagables y gas que no es para todos, por más que salga de esta tierra.
Morí en un pedazo de tierra/llena de garrapatas/donde las heridas cicatrizan/en una misa amarga sin hostia ni señor, se lee en “Casilla quemada”. Todavía arde el fuego/se siente el olor a mi carne quemada/los perros sienten mi ausencia/yo no era su amo, era su hermano/nadie más llora, mañana seré olvido, en un intento de alertarnos a sucesos que de tan repetidos parecen cotidianos. Hay en la mirada del poeta una sensibilidad especial para esas muertes que no importan, una denuncia contra algo que parece naturalizado y que la poesía pone en evidencia para interpelarnos.
Hay otros poemas, en donde la palabra no alcanza. Uno de ellos es “La figura”, el rebusque diario para sobrevivir, la disputa por el centavo, el humo, la figura y detrás el niño/ El silencio dicta que la palabra/hasta aquí llegó.
Y aquí un nuevo punto. Intemperie dialoga con los silencios. Los impone. Enmudecemos ante algunas imágenes y nos quedamos sin respuestas. Podríamos esbozar que Intemperie puede leerse como una totalidad, con momentos que hacen hincapié y alertan sobre la naturalización de la injusticia y la pobreza, Pero también advierte sobre la imposibilidad de abarcarlo todo, la necesidad de combatir el olvido con las palabras, para que algunos no pierdan la esperanza, leo en Solo este poema.
Como cierre, creo que el libro transita un recorrido para contar algo y lo logra.  Cada uno de nosotros se anclará en aquello que lo conmueve.
Mis sentidos se llenan de momentos/de la locura brotan palabras/ nuevamente solo parado frente al silencio/soy el poeta con la boca cosida, dicen los versos de Retrato, versos con los que disiento, porque si algo no es Federico, es justamente el poeta de la boca cosida, sino una voz potente que recita su verdad, entre el viento, el desierto y la ciudad.
De boca cosida, nada, amigo.


Horacio Beascochea

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