Intemperie, de Federico Espinosa
Ante todo y se lo dije a Fede charlando, me sorprendió la invitación a
participar de esta presentación. Más allá del halago de que haya pensado en mí
para acompañarlo, me sigo preguntando sobre mi autoridad para hablar de poesía.
Y no es falsa modestia, lo considero un género muy difícil, de una lucha
absolutamente desigual, quizás porque a mí me es más sencillo combinar palabras
para contar historias. ¿Pero quién dijo que la poesía no puede contar historias?
Algo de esto hay en Intemperie.
Según el diccionario (o cementerio de las palabras como plantearía
Cortázar) Intemperie se significa la desigualdad del tiempo. También, como alocución
adverbial, es “a cielo descubierto, sin techo ni otro reparo alguno”.
Y las dos definiciones se aplican a la obra de Federico. De algún
modo Intemperie es una denuncia y no solo contra el tiempo. También contra las
desigualdades. Las propias ante un devenir que no se detiene y ante la
imposibilidad de explicar o acercarnos a eso que de manera convencional
llamamos realidad y con lo que hacemos un pacto de vida.
Hay en la obra también una mirada que se posa en la hamaca de una plaza,
que puede llegar a ser fantasmal, un perro, el silencio o los gorriones, el
amor y esa cosa de buscar uno dentro de
otro/dos para quemar el mundo, dos para soñar.
Pero por sobre todo, Intemperie
es una obra de contrastes y de denuncias. El flâneur de Benjamin, paseante que recorre las ciudades y señala lo
que otros no ve o no quieren ver porque incomoda. Pero también es capaz de
maravillarse con un charco de agua marrón y encontrar un poema escrito en una
calle. Bueno, supongo que por eso es poeta.
Intentar esbozar esta breve introducción, me llevo a preguntarme qué es
la poesía. Sin dudarlo intuyo que es aquello que nos permite transitar,
denunciar y esbozar el tránsito por esto que llamamos mundo, aunque haya otros
que no vemos y que convivan con el nuestro. Es esa palabra que nunca hallaremos
y seguimos buscando para demostrar un estado (no de Facebook), pero sí de la
vida, ese instante que nos conmueve, la ineludible necesidad de confiarla en un
verso.
Buena parte de Intemperie interpela a Neuquén, ciudad de contrastes si
las hay. ¿Se puede trazar algo en común que identifique a las y los neuquinos?
Yo no me atrevo, más allá de una construcción que puede echar mano a elementos
icónicos y entronizados desde algunos círculos de poder.
Igualmente, si tuviera que
señalar algo, sería el viento, ese que en Ojos
cerrados, cubre de arena las calles/le tapa los sueños a los ojos de la niña/le
entierra la vida. No es un viento cualquiera. Se ensaña con los que menos
tienen. Solo hay que verlo. Y Federico lo ve.
Intemperie cuenta algo de eso y me atrevo a escribir cuenta, a pesar de
que es un libro de poesía. En ciudad claroscura
pueden verse las casillas de las
tomas/envueltas con bolsas negras/cobijan a los niños. En el mismo poema también
irrumpen en el espacio paseantes en autos de alta gama, abuelos con sus caniches
toy y mujeres que hacen ejercicio. Hay
algo de cielo e infierno en esta ciudad/solo quisiera saber quiénes son los
ángeles/y quiénes son los demonios, se pregunta el poeta.
También hay varios poemas le hablan a la meseta, esa Neuquén de la
pobreza y las tomas, los carros de cartoneros, las casillas precarias que se
queman con el afán de engañar al frío y perder la vida en ello, en tiempo de
tarifazos impagables y gas que no es para todos, por más que salga de esta
tierra.
Morí en un pedazo de tierra/llena
de garrapatas/donde las heridas cicatrizan/en una misa amarga sin hostia ni
señor, se lee en “Casilla
quemada”. Todavía arde el fuego/se siente
el olor a mi carne quemada/los perros sienten mi ausencia/yo no era su amo, era
su hermano/nadie más llora, mañana seré olvido, en un intento de alertarnos
a sucesos que de tan repetidos parecen cotidianos. Hay en la mirada del poeta
una sensibilidad especial para esas muertes
que no importan, una denuncia contra algo que parece naturalizado y que la
poesía pone en evidencia para interpelarnos.
Hay otros poemas, en donde la palabra no alcanza. Uno de ellos es “La
figura”, el rebusque diario para sobrevivir, la disputa por el centavo, el humo, la figura y detrás el niño/ El silencio dicta que la palabra/hasta aquí
llegó.
Y aquí un nuevo punto. Intemperie dialoga con los silencios. Los impone.
Enmudecemos ante algunas imágenes y nos quedamos sin respuestas. Podríamos esbozar que Intemperie puede
leerse como una totalidad, con momentos que hacen hincapié y alertan sobre
la naturalización de la injusticia y la pobreza, Pero también advierte sobre la
imposibilidad de abarcarlo todo, la necesidad de combatir el olvido con las
palabras, para que algunos no pierdan la esperanza,
leo en Solo este poema.
Como cierre, creo que el libro transita un recorrido para contar algo y
lo logra. Cada uno de nosotros se
anclará en aquello que lo conmueve.
Mis sentidos se llenan de
momentos/de la locura brotan palabras/ nuevamente solo parado frente al
silencio/soy el poeta con la boca cosida, dicen los versos de Retrato, versos con los que disiento, porque si
algo no es Federico, es justamente el poeta de la boca cosida, sino una voz
potente que recita su verdad, entre el viento, el desierto y la ciudad.
De boca cosida, nada, amigo.
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