Que hay detrás de una
“Noche sin Clausura”, quizás la respuesta seria, finísimos poemas escritos con
la paciencia del alfarero, sacados del harapo del tiempo, hurtados de un campo
casi sagrado donde las manos mortales del poeta rozan la piel austera de la
inmortalidad.
Leyendo este poemario
de Laura Giordani, las imágenes se
multiplican, la voz del poeta cae como un eco interminable, la red de las
palabras acaricia cada cuerda invisible que hace latir la sensibilidad del
alma. Los duendes de la inspiración saltan de verso en verso, por momentos se
relucen figuras escondidas entre las líneas, acaso ese brillo no se más que el
dulce tesoro de la palabra descubierta.
Lo que hace a un poeta
distinto es ese descubrir la palabra, darle el soplido justo a la llama que
calorífica la esencia de esa figura que llamamos palabra. Descubrir o quizás
volver a tomarla y acariciarla para vestirla nuevamente, ese es el arte del
poeta, ser el artesano que vuelve a dar vida a las letras que van marchando
hacia la poesía luminosa de Laura.
La poesía es polvo
disuelto en el universo, solo el alma contemplativa puede cautivarla y llevarla
al mundo material de la hoja en blanco, como Sor Juana Inés de la Cruz, Laura
Giordani es dueña de una sensibilidad que capta mucho de ese místico polvo, así
la poeta logra trasmutar las imágenes de su interior de una manera magistral.
Al final de la tarde
cuando la noche va clausurando los designios del destino, los versos van
hilando sus alas para volar a los ojos de la lectura; es que la noche invita al
placer de leer, al placer de perderse en el laberinto mágico o en esa biblioteca
de Babel de la cual tan magníficamente nos habló Borges.
La noche, la eterna
noche tantas veces acariciada por los poetas. Es la noche el lugar que ha
elegido la poeta para cantar la sinfonía de sus versos, es que solo a través de
ella puede vislumbrarse la cercanía de una voz que acaricia, de una voz que
sufre, de una voz que vuela libre por el
cielo nocturno.
Lo bello se transforma
en pájaro aleteando contra el viento. Hay un misterioso hilo que ata el alma de
Laura con las alas de los pájaros, hilo tejido por una Penélope que parece
esperar el beso del amado, pero también la mirada tierna del hijo que reposa
dormido en una noche que aun no ha llegado, en una noche donde la profecía de
lo cierto caiga sobre los ojos, mojando la realidad del presente.
Poeta con alma de
pájaro. Pájaro volando suave y liviano sobre una noche sin clausura. El canto
del ave mañanera es como la voz en la poesía de Laura, alas que llevan versos para
iluminar el mundo, para darle sentido a las sombras ocultas en la eterna noche
que pasa silenciosa y llena de versos.
Por Federico Espinosa.